Los Archivos del FBI (Doblado)

El 3 de febrero de 1990, una niña huyó de la casa de su madre y desapareció sin dejar rastro. Su madre esperaba que la policía de Pasadena en Texas pudiera encontrarla antes de que fuera muy tarde. Seis meses más tarde, sus peores temores se hicieron realidad cuando un granjero descubrió los restos de la joven en un granero de Illinois. El FBI fue contactado por ayuda. Los agentes ubicaron a un camionero a quien creían responsable de más de cincuenta muertes. Los investigadores supieron que tenían que detener esta amenaza de las vías.

Cuando una mujer en Delaware desapareció en 1996, sus amigos y su familia descubrieron su vida secreta. La secretaria de citas para el gobernador había tenido a un amorío ilícito con un hombre casado y acaudalado. Los agentes sospechaban que el poderoso ex amante era el responsable, pero tenían muy poca evidencia para respaldar su teoría. Los investigadores nunca encontraron el cuerpo de la mujer o el arma asesina. La única esperanza del FBI era permanecer encubiertos, y poner a hermano contra hermano.

A principios de los 90, la policía de Washington D.C. estaba perdiendo la batalla contra las bandas callejeras que habían fortalecido sus territorios con gran violencia. La tasa de homicidios de la capital de la nación escaló a los niveles más altos del país. La policía local recurrió al FBI por ayuda, pero los agentes pronto se encontraron justo en la línea de fuego. En otoño de 1994, un pandillero se dirigió a la sede de la policía, mató a dos agentes del FBI y a un detective, y luego se disparó a sí mismo. Las autoridades juraron llevar a toda la banda ante la justicia, pero descubrieron que el líder había huido a África. Los agentes no estaban seguros de que pudieran encontrar al fugitivo y encerrarlo.

En junio del 1992, unos bandidos enmascarados llevaron a cabo un robo audaz durante el medio día. Esto marcó el comienzo de una ola de crimen que sacudió Seattle. Con cada robo nuevo, los bandidos perfeccionaron sus habilidades, sin dejar evidencia y escapando con cientos de miles de dólares. A medida que los ladrones se tornaban más violentos, el FBI selló su suerte. El esfuerzo los puso cara a cara con un fugitivo armado y desesperado.

Cuando la policía en una pequeña comunidad del estado de Washington comenzó a investigar la desaparición de una mujer de 22 años, no tenían manera de saber que se transformaría en una persecución a nivel nacional de un sádico sexual. Lo policía conocía la identidad del asesino, pero era un maestro del disfraz. El FBI fue contactado por ayuda. Los agentes descubrieron que varias mujeres desprevenidas de todo el noroeste del país habían caído presas a sus encantos. Mientras el número de secuestros aumentaba, una gigantesca campaña de medios se convirtió en la mejor oportunidad del FBI para sacar al asesino, y poner fin a su furia violenta.

Un extraño secuestró a una niña de ocho años mientras jugaba en el vecindario de Tucson, Arizona, dejando atrás una bicicleta y a una madre desesperada. Cientos de ciudadanos y oficiales de policía se esparcieron por toda la región, esperando encontrar un rastro de la niña y de su secuestrador. En cuestión de horas, surgió un sospechoso: un vagabundo que estaba en libertad condicional por secuestrar y abusar de niños. No lo encontraban por ninguna parte y el tiempo se había agotado para esta niña inocente. Dependería del FBI localizar a este depredador antes de que pudiera destruir a otra familia.

En una fría tarde de 1989, la Capitana de la marina, Shirley Russel, desapareció de Quantico, Virginia. La Capitana Russel era una oficial dedicada; sus amigos y colegas estaban seguros de que no se había ausentado sin permiso. Los agentes del FBI notaron que su esposo, un ex miembro de la marina, estaba actuando de forma extraña, y lo que parecía ser una mancha de sangre en el departamento de la pareja desapareció antes de que los agentes la pudieran examinar. No había cuerpos, ni testigos, ni armas. Aún así, la intensa investigación del FBI reveló un pasado violento y un plan paso a paso para cometer un asesinato. Los agentes esperaban que fuera suficiente para llevar al asesino de la capitana Russel ante la justicia.

En febrero de 1996, el millonario de Nueva Jersey, Frank Black, viajó a Florida para cerrar un trato de negocios importante antes de su retiro. Nunca volvió a casa. Las autoridades de Nueva Jersey percibieron que algo no estaba bien y contactaron al FBI. Los agentes se enteraron de una mujer misteriosa en Florida que iba a reunirse con Black. Los registros telefónicos revelaron un flujo de llamadas dirigidas a Black desde la compañía competidora poco antes de la desaparición. El FBI tendría que armar un rompecabezas de pocas evidencias físicas, grabaciones telefónicas e insinuaciones para desenredar una red de engaños que llevó a una muerte por venganza.

En 1997, agentes del FBI empezaron a investigar al magnate de las estaciones de servicio de Nueva York, Gurmeet Dhinsa, por modificar las estaciones de combustible. Pronto se dieron cuenta de que Dhinsa era algo más que un negociante sin escrúpulos; había hecho crecer su negocio tipo mafia con gran violencia, secuestrando y asesinando a empleados descarriados y a cualquier miembro de la familia que cuestionaba sus muertes. Cuando un testigo que cooperaba fue asesinado en la calle, los agentes supieron que el tiempo se había agotado. Tenían que atrapar a Dhinsa y acabar con sus socios antes de que otros pagaran con sus vidas.

A principios de los años ochenta, la decapitación de un joven afroamericano llevó al departamento de policía de Miami Dade y al FBI a lo largo de un rastro de asesinatos. Los investigadores descubrieron rápidamente que la víctima era un miembro disidente de una secta religiosa liderada por un hombre que se hacía llamar Yahweh ben Yahweh, o “Dios, Hijo de Dios”. Aunque el FBI creía que Yahweh ben Yaweh y sus seguidores eran los responsables de muchos asesinatos, no pudieron encontrar pruebas concluyentes que los vincularan con los crímenes. Los agentes sabían que no tenían nada más que un único recurso: convencer a uno de los seguidores fanáticos del líder del culto a traicionar a un hombre al que consideraba un dios.

En noviembre de 1994, cuando un vehículo blindado de Wells Fargo desapareció de un centro comercial de Glendale, Arizona, las autoridades locales y el FBI fueron de inmediato a recuperarlo, junto con la carga de casi un millón de dólares. Seis horas más tarde, los agentes hallaron el vehículo con el conductor muerto en el interior y sin rastro del dinero. Fue un golpe perfecto ejecutado por profesionales que no dejaron ninguna pista. Pasaron varios meses antes de que surgiera una pista sólida. En enero de 1995, un dato condujo a los agentes a revisar a un ex guardia de prisión. La vigilancia dejó al descubierto a otros dos sospechosos: un caza recompensas y a un ex policía de Phoenix. El FBI tendría sus manos llenas en un intento por ubicar y construir un caso contra los asesinos cuyo entrenamiento los había convertido en criminales astutos.

En 1987, un productor de televisión exitoso fue baleado en su oficina de Nueva York. Parecía ser un crimen profesional. Sin pistas, la investigación llegó a un punto muerto. Cuatro años después y a un continente de distancia, un hombre le dijo a la Policía de Los Ángeles que había sido contratado para asesinar a dos bailarinas exóticas. Los investigadores relacionaron los dos crímenes y descubrieron a un hombre de negocios dispuesto a matar para proteger sus intereses. El FBI entonces crearía una operación compleja encubierta para intentar detener las acciones criminales de un gigante de la industria del entretenimiento.

El robo a un camión blindado en Nueva York en 1981 dejó a un guardia muerto y a otro herido de gravedad. La policía detuvo a unos sospechosos en las cercanías y se produjo otra balacera que costó las vidas de dos oficiales. La policía local y el FBI sospecharon de un grupo gigantesco de terroristas nacionales con un historial de crímenes violentos. Desde entonces lograron descubrir a estos criminales fuertemente armados que se movían en el oscuro mundo de la delincuencia y no tenían miedo de matar agentes.

Cuando un hombre de California fue encontrado descuartizado en 1990, la policía puso sus sospechas en un ladrón local, pero no pudieron encontrarlo. Seis meses más tarde, fue atrapado robando un banco de Arizona y condenado de por vida. Pero la prisión no pudo retenerlo mucho tiempo, y escapó al año. El FBI encabezó con varias agencias la persecución de un asesino en una huida desesperada a través de las regiones de turismo del oeste.

Al principio parecía un accidente trágico de cacería cuando David Wilkey fue asesinado de un disparo por la zona rural de Virginia en 1983. Un tenaz investigador de seguros sospechó de una maniobra sucia, pero no tenía pruebas concluyentes. Dos años más tarde, un hombre contactó a agentes del FBI de Carolina del Norte con una historia compleja de conspiración y asesinato por encargo: aseguró que había sido contratado para asesinar al asesino de Wilkey. El FBI necesitaba formar a testigos que cooperaran y usar informantes con micrófonos para detener a un hombre dispuesto a matar a sus amigos por ganancias.

A burning body in a dark alley shed light on a cold-blooded killer. His partners in crime would tell the story, if they lived. In the underworld of the drug trade, even a childhood friend can quickly become an enemy.

A principios de los 90, las bandas de drogas aterrorizaron Harlem, los vecindarios de Nueva York. Cuando un niño de diez años cayó víctima del fuego cruzado, los detectives de la Policía de Nueva York y los agentes del FBI tomaron medidas drásticas para resolver el problema. Formaron una fuerza de tareas denominada C-11, diseñada para desmantelar las bandas. En un ambiente de violencia y terror, iba a ser difícil identificar, arrestar y condenar a los involucrados en el mundo oculto y mortal del dinero de la droga.